Pedimos a nuestros lectores disculpen el retraso en la publicación de nuestro intermedio quincenal. El tiempo pasa factura...
En estos días santos, decidimos subir imágenes de lo que ocurre en estas fechas en Potrero Nuevo, Municipio de Atoyac, Veracruz. Potrero Nuevo, ahora bajo el nombre oficial de Villa General Miguel Alemán, se fundó a la sombra del ingenio azucarero
“EL POTRERO”.
Hacia finales de los años treinta del siglo XX, la expansión del ingenio provocó la contratación de mano de obra proveniente de otras localidades de la zona. Habitantes originarios de Cuitláhuac, Amatlán y Yanga introdujeron la representación de la pasión y las caracterizaciones de Diablos y Judíos. Estos juegos escénicos fueron creciendo con los años y arraigándose en las prácticas festivas del pueblo. Desde el Domingo de Ramos hasta el Sábado de Gloria, las actividades -paseos, representaciones y misas- se continúan ininterrumpidamente. El último día los danzantes, diablos, judíos, la muerte, se despojan de sus máscaras y se procede a la quema del Judas.
Los Judíos danzan con sus trajes adornados con cascabeles, y los Diablos se colocan en una doble fila paralela en el parque y cuando algún grupo de paseantes pasa entre ello les lanzan chicotazos, golpes a las piernas con sus cuerdas a uso de látigo. El castigo para que los penitentes no olviden el dolor propio de estos días...
Fotografía de Héctor Burgos: http://www.metroflog.com/hjbp62/20090914/1
En el caso de las tradiciones -como ya hemos tratado en otros textos de este blog- es vital la significación regenerada, el sentido transformado por los pobladores al filo del tiempo.
Continuando con la serie de artículos escritos por los integrantes del Observatorio, publicamos a partir de esta semana el texto Imágenes literarias del nacionalismo mexicano después de la Independencia: Guillermo Prieto y el abrazo de la musa callejera de Caterina Camastra.
Este texto fue publicado en el libro Liberty,
liberté, libertad. El mundo hispánico en la era de las revoluciones coordinado por Alberto Ramos Santana y Alberto Romero Ferrer y editado por la Universidad de Cádiz, 2010.
Caterina habla en este texto sobre la construcción de estereotipos nacionales, fuente del folklore que opera el Estado Nacional al construir la noción de Patria. La China y el Charro, el Chinaco, quienes con su salero y simplicidad defienden el orgullo nacional frente a los ridículos extranjeros que quieren mancillar nuestra tierra (v.gr. los franceses) representan estas figuras de lo popular que son dotadas de un sentido político a través de su instrumentación literaria, musical, escénica... Operación que también podemos observar en lo ocurrido durante el s. XX con otras memorias y tradiciones, como el son jarocho. Tema que ya hemos tocado en este espacio.
Imágenes literarias del nacionalismo mexicano después de la Independencia: Guillermo Prieto y el abrazo de la musa callejera
Caterina Camastra
(PRIMERA DE SEIS ENTREGAS)
Chinaco y China
Entre
el grupo de liberales que triunfaron con el juarismo en 1867,
Guillermo Prieto es quizás el que con más entusiasmo recurre a la
retórica de lo popular en su esfuerzo de contribuir a un proyecto
cultural nacionalista. Ya desde 1836 había fundado, junto con José
María Lacunza, la Academia de Letrán, «institución [...] que se
había propuesto la tarea de ‘mexicanizar la literatura,
emancipándola de toda otra y dándole carácter peculiar’»1.
Varios años después, entre noviembre de 1867 y abril de 1868,
participó en las veladas literarias promovidas por Ignacio Manuel
Altamirano, que desembocaron en 1869 en la fundación de la revista
El Renacimiento.
La cuestión de la literatura nacional era, para ese grupo de
intelectuales, crucial. El mismo Altamirano escribió acerca del
valor simbólico, y por ende político, de la obra poética de su
compañero Guillermo Prieto, en términos que sitúan inmediatamente
el horizonte del discurso: «formar la verdadera nacionalidad» y
«dar a las masas el conocimento de su verdadero valor»2.
González habla del «furor por ser de su tiempo y de su tierra» de
este grupo de intelectuales: «En las veladas y en la revista [...]
se procuró hacer una literatura nacional [...] mediante la práctica
de temas autóctonos, el uso de vocablos indígenas y modismos
populares»3.
Musa Callejera. Poesías festivas
nacionales por Fidel, de Guillermo Prieto, se publica en 1883, y
la novela de Manuel Payno Los bandidos de Río Frío en 1889.
Ambas obras se pueden ubicar en la corriente del costumbrismo
romántico mexicano4
y ven la luz hacia fin de siglo, lo cual implica que la visión
ideológica que expresan pertenece a la madurez de los dos autores y
puede considerarse, en cierta forma, un resumen retrospectivo de su
punto de vista. Payno y Prieto fueron compañeros de filiación
política y de camino, y ambos creyeron en la necesidad de la puesta
en marcha de un proyecto de nación, de la invención de una
tradición, aunque ellos mismos nunca hubieran utilizado
semejante expresión.
En las dos obras mencionadas se puede
notar una diferencia de actitud sutil y sin embargo importante. «El
temperamento de Payno le impuso a su confesado liberalismo un tinte
moderado», señala Zoraida Vázquez5.
La mirada del autor implícito en Los Bandidos hacia la fiesta
popular de los arrabales urbanos oscila entre la fascinación y la
condena, entre la atracción y el rechazo. Tal como Evaristo el
bandido, a pesar de su alma negra, es atractivo, buen bailador y
hábil artesano, el fandango, es decir, la fiesta y baile popular por
excelencia, es espacio de vicio y degeneración, pero también de
habilidad musical, poética y dancística, y por cierto, ¡qué
lindas las pantorrillas de las chinas bailando! El autor implícito
no puede evitar asomarse a la puerta de la pulquería Los Pelos,
Ciudad de México, o del Otel de los Tapatíos, feria de San
Juan de los Lagos, y tal vez hasta entrar y ceder a la tentación de
unas chalupitas y una jarra de pulque, después de describirlas con
tanto cariñoso detenimiento.
En cambio, la actitud del yo poético
en Musa callejera es de entusiasmo romántico sin reservas, y
disposición a incluir la fiesta y los tipos populares entre los
símbolos de orgullo nacional. La pretensión de «encarnar la
opinión popular, ‘callejera’, [...] constituyó, ya en las
últimas décadas del siglo, uno de los más importantes índices de
legitimidad a nivel del discurso político», acota Montero6.
Muchas de las composiciones incluidas en el poemario ilustran tal
propósito. La siguiente estrofa da comienzo a un poema especialmente
emblemático, «El túnico y el zagalejo»:
La
alegoría femenina de la patria8
no es nada nuevo en la iconografía que a todos nos es familiar.
Tampoco lo es la alegoría femenina de la libertad. Que me perdone
don Guillermo por sacar a colación a sus enemigos simbólicos, pero
la referencia que primero me salta a la mente es el famoso cuadro de
Eugène Delacroix que retrata a la libertad que guía el pueblo en
las barricadas. Regresando a un ejemplo mexicano, dice el mismo
Prieto acerca del cuadro Constitución
del 57, de Petronilo Monroy: «con su
cabello rizado y flotante, su frente abierta al pensamiento y al
amor, sus negros ojos como dos abismos de ébano [...] y ese color
apiñonado y delicioso que sólo se matiza con las auroras y se fija
en las mejillas de nuestras bellas»9.
En esta tónica idealizadora, totalmente romántica, la belleza
nacional mexicana es mestiza, de cabello encrespado y color mezclado.
En efecto, ése es uno de los significados de la palabra chino
y, en mi opinión, el origen más
probable de la definición de china
poblana. «Chino.
Rizo de pelo. [...] Genéricamente se dice del descendiente de padres
de sangres distintas no europeas, en toda la América», reza el
Diccionario de mejicanismos de
Santamaría10.
«Chino. (Del
mejicano chinoa,
tostado, por alusión al color de la piel). América. Dícese del
descendiente de india y zambo o de indio y zamba»,nos informa la edición del Diccionario
de la Real Academia Española 189911.
El uso como calificativo cariñoso (mi
chino, mi
china, expresiones que todavía se
usan) en América Meridional aparece consignado en el Diccionario
de la Real Academia más tarde, hasta
192712,
lo cual no quita que formara parte del uso corriente desde mucho
antes, mínimo desde el siglo XVIII.
NOTAS
1
Luis González, «El liberalismo triunfante», en AA.VV, Historia
general de México, México, El Colegio de México, 2002,pp.
639-640.
2Apud Susana A.
Montero, La construcción simbólica de las identidades
sociales. Un análisis a través de la literatura mexicana del siglo
xix, México, Plaza y Valdés, 2002,
p. 27.
4Cfr. Enrique Florescano, Espejo
mexicano, México, Fondo de Cultura
Económica, 2002, pp. 139-140.
5
Josefina Zoraida Vázquez, «Los libros de texto de historia
decimonónica», en Belem Clark de Clara y Elisa Speckman, eds., La
república de las letras. Asomos a la cultura escrita del México
decimonónico, México, Universidad Nacional Autónoma de
México, 2005, p. 287.
7
Guillermo Prieto, «El túnico y el zagalejo», en Musa
callejera, México, Porrúa, 1985, p. 37. «Castor.
Tejido de lana, mezclado de blanco y rojo, que las mujeres del
pueblo y las rancheras usaban mucho y aún usan para hacer
sus enaguas» (Francisco J. Santamaría, Diccionario de
mejicanismos, México, Porrúa, 1974).
11Diccionario de la lengua castellana por la
Real Academia Española, decimatercia
edición, Madrid, Imprenta de los Sres. Hernando
y compañía, 1899. Reproducido a partir
del ejemplar de la Biblioteca de la Real Academia Española,
disponibile en www.rae.es.
12Real Academia Española. Diccionario manual e
ilustrado de la lengua española,
Madrid, Espasa-Calpe, 1927. Reproducido a partir del ejemplar de la
Biblioteca de la Real Academia Española, disponibile en www.rae.es.
Este Intermedio queremos dedicarlo a la edición que, en Toronto, Canadá, se realizó del libro Lotería Jarocha. Linoleum Prints de Alec Dempster.
Alec, músico, grabador, promotor cultural, y de quien ya hemos hablado y mostrado su trabajo en el Observatorio, produjo hace algunos años una serie de grabados en los que sustituía las imágenes tradicionales de la lotería -la sirena, el borracho, el barril- por personajes y objetos surgidos del imaginario ligado al son jarocho. A esta serie, la Lotería Jarocha, pertenece la imagen emblema de nuestro Observatorio (La Candela). Alec también produjo en paralelo otra serie de grabados titulada Lotería Huasteca.
Estos grabados, los pertenecientes a la Lotería Jarocha, se han compilado en un libro que saldrá a la venta en Canadá el 24 de abril. Esperemos pronto una edición mexicana. Pero en lo que eso ocurre, le enviamos a Alec un abrazo y le dejamos a nuestros lectores algunas imágenes de esta Lotería entrañable y juguetona.
Hemos llegado a la entrega final del capítulo "De raíces y fronteras: sonoridades jarochas afromexicanas en Estados Unidos" contenido en el libro La migración y sus efectos en la cultura, editado por CONACULTA en su colección Intersecciones y publicado en junio de 2012. En las conclusiones cerramos este recorrido circular, este circuito migratorio que recoge identidades en construcción y deconstrucción constantes... De lo negro a lo blanco y de regreso, de éste y de aqul lado del border, la música funge como autopista de lo propio enriquecido, mutable. Y sí: Ellos
están aquí, nosotros estamos allá.
______________________________________________________ De raíces y fronteras: sonoridades jarochas afromexicanas en Estados Unidos Ishtar Cardona (Quinta y final de cinco partes)
Conclusiones
Del
referente local al signo global. Del recuerdo de un golpe de jarana
al acto de un festival World
Music,
pasando por la celebración de fandangos fronterizos, el diálogo se
establece para que la música, como para tantos otros gestos de la
cultura veracruzana, recorra el camino de este puente circular. Y lo
jarocho, recreado en otros contextos, cultivado también ya por otras
manos que le han metido mano a la maleta, pasa a ser jarochilango,
jarotijuano, jaroguajaco, jarochicano…
Porque ya no es solamente el salido de los Tuxtlas, de Sotavento, del
Istmo, del Puerto -y de Xalapa, y de Zongolica- el que rasguea un
mosquito en sol. Se lo intercambian con otros que no salieron del
mismo lugar, pero que por otras razones, o no, arribaron al mismo
destino, aunque sea por un momento. Otros que llegaron antes, o que
llegaron poco después. Y que también comparten lo que traen en sus
propias maletas para poder platicar,
para darse el chance
de encontrarse. Y de reencontrarse con raíces lejanas.
Estos
encuentros van rompiendo las barreras de lo nacional y de las
identidades estancadas. Entre Veracruz y Los Angeles no hay escala
necesaria en el DF. A veces sí, pero el son jarocho ya no tiene la
vista puesta de forma unívoca en el centro del país. Y a veces se
desvía a Oaxaca, a Guerrero, o se toma un respiro en Mexicali antes
de llegar a Chicago, a Nueva York, a San Francisco. El puente
recorre, ese sí, por encima de las mallas metálicas y de los
centros políticos. La música viajera descubre que entre lo mexicano
y lo "americano" también se asoma la otra América, la del
cajón y el tres, la de la artesa y el arpa grande, el clarinete y el
sax, el cavaquinho y el güiro. Además, en esa América también hay
cabida para el oud y la kora, el tambor batá y el cajón..
En
esta circularidad que cada uno ha recorrido nos encontramos allá
pudiendo habernos encontrado acá, de este lado. Y nos ligamos a
otras raíces que de este lado ni soñábamos. Probamos totopo y
corundas sin haberlos conocido en casa. Nos enteramos que el bubú es
muy cómodo para el calor, aunque no nos atrevamos todavía a
ponernos uno. Que siguen sin gustarnos las verduras, aunque los
amigos vietnamitas inviten a cada rato, que preferimos la Sol a la
Barena (o no...), que el sancocho no nos es del todo extraño. Que
aunque sigamos buscando a nuestros semejantes más semejantes, hay
cosas no tan malas del otro lado de la calle. Aprendemos a evaluarnos
de forma distinta. El miedo a lo otro sigue existiendo, pero el otro
se vuelve algo ubicuo, universal, a lo que nosotros mismos
pertenecemos. También se rompen para reafirmarse diferentemente las
barreras de lo que consideramos propio.
La
mirada del migrante cambia, y la de quienes lo miran también. Se
ajusta. No es posible guardar la misma graduación en lentes que
miran a escalas alternadas. La voz con la que se narra, con la que se
canta, también. La voz con la que nos cantamos. Nos estamos diciendo
tantas cosas… Sí, tantas cosas que se han dicho, que nos hemos
dicho sobre la migración. Ya no estamos en el cuento del “Irás y
no volverás”. Han cambiado las perspectivas desde las que miramos
a los que se van, a los que regresan, a los que tienen un pie de un
lado y el otro más allá del border. Se regresa, en eco, en imágen,
el barco cargado de mercadería: acentos, sonidos, luces distintas.
Ya sabemos que en términos simbólicos el viaje no termina.
Y
ahora no puede ser de otra forma. Bien dijo Tomás Ybarra: Ellos
están aquí, nosotros estamos allá.
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